Cerré la puerta con cuidado, intentando hacer el menor ruido posible. Salí a la calle. No serían más de las 9 pero el frescor matinal ya empezaba a deshacerse bajo el sol. No sabía muy bien dónde estaba. Jardines, garajes estilo americano, perros ladrándome tras la verja de cada chalé. Y un dolor de cabeza creciente que se disparaba cada vez que intentaba recordar la noche anterior. Seguí andando en busca de una parada de autobús. Doblé una esquina y vi la silueta de la ciudad a unos kilómetros de distancia. Una nube de polución la envolvía como si una nave nodriza translúcida la estuviera engullendo. Estaría bien, pensé. Di con la parada y me senté a esperar. Una vieja asomó la cabeza por la ventana de la casa de enfrente. Tenía el pelo azulado. Me miraba fijamente. La saludé con la mano. No movió ni un músculo. Me obligué a mantenerle la mirada hasta que se rindiera. Necesitaba urgentemente salir victorioso aunque fuera del enfrentamiento más absurdo. No lo conseguí. El ruido de un motor acercándose me hizo girar la cabeza. No era el autobús sino una furgoneta de mantenimiento de piscinas. Se detuvo frente a mí. El conductor bajó la ventanilla y me dijo que los domingos el bus no pasaba hasta el mediodía. Gracias, le contesté. El hombre pareció dudar un momento. Pensé que iba a proponerme llevarme, pero no lo hizo. Arrancó y desapareció carretera abajo. Volví la mirada hacia la vieja de la ventana. Ya no estaba. Y de pronto me sentí solo. Pensé en llamarte para que vinieras a por mí. Pero superé la tentación de oír tu voz. Pensé en llamar a la que acababa de dejar durmiendo en su casa. Pero superé la tentación de recurrir a un sucedáneo. Lo que hice fue llamar a mi hermano. Me recogió en su moto. Viajando de paquete a 120 de vuelta a casa decidí contarle cosas que nunca le había contado. Mientras cortábamos el aire azul con nuestra máquina de metal oscuro decidí contarle cómo me sentía. Cuando me dejó en mi casa no hizo ningún comentario al respecto. Supongo que el ruido de la Yamaha, el viento y el casco le habían impedido oírme. O puede que se hubiera enterado de todo y no tuviera nada que decirme. Sopesé ambas opciones mientras subía en el ascensor. Luego me olvidé del asunto. Hasta hoy.
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